El cielo de los leones

En esta novela como es el estilo literario de la autora, describe literalmente a su mamá, abuela y abuelo, la directora del colegio, los lugares, las personas conocidas, las estaciones del año, las vacaciones junto al mar y la lista de sus planes para el regreso de las mismas, su momento de vida con las dificultades de salud y los regalos de historias que le hacía Jaime Sabines para que las transformara en novelas. A pesar de todas las cosas buenas que un año de prisas y viajes le deja, ambiciona el regreso a la rutina, al silencio, al tiempo como un juego, al aire de las noches en que uno llega a la oscuridad con el deseo de mirar la luna y reverenciarla. Aprendió a mirar el mundo con generosidad y alegría, un sueño cuya ambición vale la pena y un privilegio que Ángeles asocia mil veces en su vida diaria a la benéfica aparición de las ideas, los sueños y desafueros del feminismo, le parece un prodigio haber dado con una teoría dispuesta a cultivar en las mujeres el impulso de abrir los ojos y las manos a la vida que se sabe riesgosa y ardua, pero propia. El capítulo del cielo de los leones aborda el tema del deseo y la seducción, desde un chocolate, el vino, el pan, hasta una voz, la palma de unas manos, la punta de unos dedos. Cielo hay para todos, hasta para los leones. Por eso le atrapa la seducción y la crucial pasión de la autora, que es, andar viva.